jueves, 1 de abril de 2010

Aproximación al tacto 3

El tacto sin embargo no es sólo el órgano fisiológico de lo liso, lo áspero y lo rugoso, no es sólo el órgano de lo suave, lo cortante y lo punzante, sino también el órgano fisiológico de las presiones y las dilataciones, el que percibe las temperaturas, el órgano de lo seco y de lo húmedo, de lo viscoso, de lo grasiento… ¿De cuántas cosas es capaz el tacto y apenas somos conscientes de cada una de ellas? El amor, la ternura, el cariño y sus formas derivadas, ¿no proceden acaso directamente del tacto y del contacto? Y si el amor procede del tacto todo nuestro saber acerca del mismo parece esencialmente falseado, cuano ha sido únicamente pensado a partir del lenguaje y la mirada.
¿Y el follar? ¿A qué órgano fisiológico le pertenece la experiencia de follar? ¿Cuál es el sentido que percibe, que transmite y que procesa la exuberancia animal que inunda el cuerpo en el acto de follar? Sin duda en el erotismo la experiencia occidental ha privilegiado a la vista sobre cualquiera de los otros órganos. El mirar y el ser mirado constituía la principal fuente de excitación y de especulación sobre el erotismo. Pero una vez que se ha llegado al contacto físico, una vez que se ha llegado al contacto amoroso, ¿cuál es el sentido privilegiado, sino el del tacto?
Es cierto que no todos los polvos son maravillosos. Hay veces en que un orgasmo es tan insustancial como un mero estornudo. Pero cuando uno alcanza ese momento de excitación extrema en que una especie de sacudida eléctrica recorre todo el cuerpo, desde la punta de la polla hasta los glóbulos de los ojos, que parecen salirse dentro de sus cuencas, ese momento en que la saliva misma se desborda babeante de la boca y una sacudida brutal nos recorre todo el cuerpo, como una especie de látigo que tensase desde los dedos de los pies, recorriendo toda la médula espinal, hasta el tallo mismo del bulbo raquídeo, haciendo que todo el cuerpo tiemble y convulsione, cuando uno experimenta ese paroxismo como un latigazo que hace explotar el cerebro en el interior de la cabeza, debido al aumento de la presión sanguínea, ¿a qué órgano fisiológico le pertenece esta experiencia? Puede que no tenga un órgano específico, sino que se trate más bien de una experiencia animal total. Se trata sin duda, como el dolor, de una animalidad extrema. Una animalidad que nos sorprende y nos deja habitualmente sin palabras. Las fracturas, las quemaduras, las rozaduras, las perforaciones, las luxaciones… Cuando algo se rompe, cuando algo se destroza o se quema en el cuerpo, ¿quién es el responsable de dar la voz de alarma? ¿Quién lo percibe? ¿Quién lo padece?: el tacto.
Pero el tacto no es nada. En rigor no sabemos lo que es el tacto. No sólo no hay un órgano fisiológico del tacto, al estilo de los ojos, la nariz o los oídos, sino que tampoco es un órgano que sepamos definir, a no ser negativamente. Pues en efecto, el tacto es sordo, es ciego, es anósmico y es mudo. Y lo que es peor, no mantiene ninguna relación privilegiada con el lenguaje.
No hay un decir del tacto. O, mejor dicho, lo que el tacto percibe o lo que el tacto conoce no se deja decir. Mantiene una relación roma, elemental, directa y física con las cosas. Es el más animal de nuestros sentidos, el menos intelectualizado. Si ha sido posible sin embargo verbalizar algo tan ajeno a la palabra como es la música o los colores o los aromas, o incluso discriminar con extraordinario refinamiento los infinitos matices del paladar y del gusto fisiológico, sin duda tiene que ser necesariamente posible tematizar también el tacto, con toda la riqueza universal de sus percepciones.
El tacto es la membrana y la membrana es sensible. He dicho antes que es el más animal de nuestros sentidos fisiológicos, pero es incorrecto. Es incluso anterior, es vegetal. Es más extenso que lo meramente animal. Es nuestra forma elemental de ser vivo: el tacto es la membrana. El tacto es la piel.
Hay una planta llamada sensitiva. Es delicada y extremadamente sensible. Percibe los cambios de humedad y de temperatura, como todas las plantas, pero además percibe el contacto físico y se retrae y se mustia. Es una planta extremadamente delicada. Demasiada luz la daña y demasiada oscuridad. Le perjudica el humo del tabaco y el mero roce o el contacto físico accidental la lastima. Es, con toda evidencia, una planta dotada de tacto. Pero es que el tacto está en todos los seres vivos. Es de algún modo la forma más elemental de los seres vivos. Su lenguaje, su conocimiento y su relación con el mundo. El tacto es la membrana. Sólo por especialización estética de esta membrana se van desarrollando los otros sentidos.
Mucha gente gusta de decir que el olfato es el más antiguo de nuestros sentidos. De hecho está asociado con las formas más arcaicas de especialización de nuestro cerebro. Un olor determinado no se olvida. Está tan profundamente arraigado en nuestra memoria, que nos trae consigo sensaciones y recuerdos del momento en que lo percibimos. Pero no es cierto. El gusto es anterior. El gusto es la primera especialización del tacto que empieza a organizarse en un entorno receptivo propio. Mientras que la humedad, la temperatura, la áspero y lo rugoso, lo cortante y lo quemante son patrimonio universal e indiferenciado del tacto, el gusto sin embargo supone una especialización orgánica que deja de ser percibida por el cuerpo en general, para pasar a ser percibido tan sólo por la boca. Al parecer el olfato no es más que una especialización aérea del gusto.

Aproximación al tacto 2

Posiblemente sea el tacto uno de los sentidos menos estudiados y peor tratados por la tradición filosófica. Frente a la dignidad de la vista, que parece ostentar en nuestra cultura contemporánea la soberanía de los sentidos, frente a las teorías de la escucha, incluso frente al refinamiento espiritual del gusto y del olfato, el uno elevado a la dignidad de “criterio de distinción estética” y el otro a la de sinónimo de inteligencia, el tacto no sólo aparece frente a todos ellos como el hermano tonto, ciego y sordomudo de los sentidos, sino incluso, lo que es peor, como el hermano carente de lenguaje. Pues en efecto, el tacto no sólo no habla, sino que parece incluso alejado, como por un ciego destino de la capacidad que en último término dignifica a todos los otros sentidos, que es su relación con el lenguaje.
Por extraña y paradójica que pueda parecer la relación logos/eidos, la relación entre el lenguaje y la visibilidad, es la relación constitutiva de la racionalidad occidental. Más aún, de la realidad occidental. Lo que sea el ser se nos da a ver en el lenguaje. Lo real viene determinado siempre en función del nombre y la apariencia del objeto (la voz y el fenómeno). Logos y eidos(aspecto, idea, esencia y forma) son la constitución última de la realidad. Con ello es fundamentalmente la vista lo que se dignifica, pues el lenguaje no está claro a qué tipo de órgano fisiológico pertenece.
Es curioso que se asocie el lenguaje de un modo privilegiado con la escucha o el oído (tal como hace, por ejemplo, Heidegger), sobre todo porque el lenguaje es tanto del oído, como del órgano de la fonación (la faringe, la laringe, la tráquea, las cuerdas vocales, la glotis, la epiglotis, la lengua, los dientes, la boca, la nariz y los labios); pero también –y como el propio Heidegger bien sabe y repite en muchas ocasiones– el lenguaje es “obra de la mano” (Handwerk). Y sin embargo la lengua, ese órgano romo y obtuso, húmedo y colorado que se encuentra en el interior de nuestra boca tiene, gracias a su proximidad con el lenguaje, una dignidad filosófica e intelectual mucho mayor que el tacto. Las diversas lenguas y el lenguaje mismo parecen derivar su nombre de este órgano tan tonto, en el que sin embargo se ubica por tradición la sensibilidad intelectual del gusto. El gusto así ha conseguido pasar con éxito de ser un mero órgano fisiológico, capaz de distinguir entre lo ácido, lo amargo, lo dulce y lo salado, a establecer a partir del mero “me gusta”, “no me gusta”, el criterio de lo estética, intelectual y moralmente aceptable. A su lado el tacto parece carecer de defensores. Incluso el olfato, un sentido puramente nasal, relacionado únicamente con lo que huele bien y atrae, como sexo o como alimento, y con lo que huele mal y repele, en forma de putrefacción, cadáver y excremento, incluso el olfato mismo ha alcanzado una mayor consideración intelectual que el tacto, al elevarse a la dignidad de la prudencia y de la astucia. El tacto sin embargo, con ser más extenso, más generalizado y fisiológicamente menos determinado (en el sentido de que no sabemos todavía cuál es el órgano fisiológico del tacto) no ha conseguido alcanzar ningún tipo de dignidad intelectual. Salvo únicamente la que considera que “tener tacto” es sinónimo de tener cierta sensatez y cierta prudencia. A pesar de ello el tacto, como quiere el barón D’Holbach, debe ser considerado el padre y la madre de todos los sentidos. Es por así decir el sentido cero o, aún más, el grado cero de todos los sentidos. Es el origen de todos ellos y, tal vez por ello también, el más animal, el más fisiológico, el más alejado o el menos dominado por el lenguaje y, seguramente por ello también, el sentido filosóficamente menos pensado.

Aproximación al tacto

El amor es el gran tema de nuestra cultura. Es el tema.
El amor es además el gran tema de la filosofía. La filosofía no puede entenderse ni concebirse sin la experiencia erótica del amor. La filosofía no es sólo saber, sino fundamentalmente amor por el saber. En ello marca desde el principio su tendencia erótica. Por ello también, nuestra civilización judía, cristiana, greco-romana y musulmana está marcada fundamentalmente por la reflexión sobre la razón, en forma de ciencia y filosofía, y por la reflexión sobre el amor, en forma de literatura, de arte y de tradición religiosa. El amor es uno de los temas centrales y constitutivos del núcleo de nuestra tradición cultural.
Sin embargo, toda la sexualidad en nuestra cultura ha sido determinada sobre la base de una ontología del eidos y del logos. Una ontología que reduce las determinaciones últimas de la realidad a la voz y al fenómeno, y que en consecuencia, piensa toda la realidad y también toda la sexualidad a partir de estos dos elementos fundamentales: el lenguaje y la mirada.
Toda la sexualidad occidental y toda la historia de la sexualidad occidental se construyen así sobre estas dos formas últimas de la realidad occidental: la voz (como fundamento del lenguaje) y el fenómeno (como apariencia última de la realidad).
Desde Platón hasta Lacan es fácil mostrar este doble elemento del erotismo, pensado en función de la visión y del poder de persuasión de la palabra. Los dos modelos fundamentales de seducción: la exhibición y la persuasión abocan a esto. Otros modos de seducción, como el acoso, el rapto, la violencia o la violación, están excluidos de nuestra visión tradicional del amor.
Las consecuencias que ello genera finalmente para nuestra concepción contemporánea del amor, es que convierten el amor, por un lado en exhibición pornográfica, y por el otro en narcisismo. Ello no es bueno ni es malo. No introduzco aquí con ello, por el momento, ningún juicio de valor. Simplemente quiero caracterizar la forma en que nos aparece la sexualidad contemporánea, tal como se advierte en la publicidad, en el arte y en los nuevos medios tecnológicos de comunicación: pornografía y narcisismo. Con ello, el amor fracasa en la realización de sus ideales: la reconciliación, el reconocimiento mutuo, el apoyo, la estima, el afecto, el aprecio y el cariño hacia el otro.
Pues es cierto que también en el amor había una promesa de emancipación. El cristianismo se presentaba de hecho como una religión del amor y prometía, sobre esa base, una comunidad igualitaria y justa.
Su fracaso supuso el primer gran fracaso de la civilización occidental (el segundo, sin lugar a dudas, es el fracaso de la filosofía en la realización de sus ideales emancipatorios, es decir, el fracaso de la razón y de todo el proyecto emancipatorio de la modernidad en el fracaso del comunismo): el fracaso en la realización del amor (el fracaso del cristianismo).
Tal vez por eso, el único modo de escapar de esta doble determinación ontológica de la realidad sea intentar una nueva fenomenología, no a partir de lo visible, sino tan sólo a partir del tacto.
Aunque sin duda es cierto que esta fenomenología así pensada sólo podría escapara de la fos de los fainómena, para acercarse a lo háptico. Pero no podría escapar nunca en ningún caso de la determinación lingüística de su saber. De modo que, frente a una fenomenología, pensada sólo bajo la primacía de la visión y de la luz, podamos hablar de una haptología, pensada esta vez bajo la primacía del tacto.
En la constitución de esta haptología, dos autores merecen sin lugar a dudas, una referencia especial: el Diderot de la Léttre sur les aveugles, y el Condillac del Tratado de las sensaciones.

domingo, 28 de marzo de 2010

Aviso para feministas

"Aristóteles y Phylis", Lucas van Leyden, 1520
"cuando los hombres dejen de tener poder sobre las mujeres,
las mujeres dejarán de tener poder sobre los hombres"

lunes, 22 de marzo de 2010

Política cultural del Ayuntamiento de Madrid.

Decir "penosa" resulta insuficiente. Para los que somos amantes del arte contemporáneo es más bien discriminatoria. Cualquier artista de cualquier otra comunidad española encuentra más salas y más apoyo público a su trabajo del que encuentra el artista que vive y trabaja en la Comunidad de Madrid. Si hacemos un repaso a las distintas salas que el Ayuntamiento de Madrid tiene en el municipio, veremos que su gestión es nula, errática o caótica. El Museo de la Ciudad, junto al Auditorio Nacional, con sus escaleras de mármol y sus baradillas doradas, es una vergüenza, en la que no se hace absolutamente nada. El Centro Cultural de la Villa está cerrado o no funciona como espacio expositivo. El Centro Cultural Conde Duque es una especie de dinosaurio permanentemente en obras, cuyas exposiciones apenas tienen trascendencia en la vida de la ciudad. Desde luego no podría resistir la comparación con una institución homóloga como sería el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. ¿Y qué decir de la Casa de Vacas en el Parque del Retiro?
Tan sólo hay una institución muncipal de cierta dignidad expositiva, el Matadero que, por desgracia se encuentra muy alejado del centro. Sin embargo es cierto que es el único espacio expositivo municipal que apoya a los artistas locales y en el que se organizan exposiciones de arte contemporáneo de cierto interés.