jueves, 1 de abril de 2010

Aproximación al tacto

El amor es el gran tema de nuestra cultura. Es el tema.
El amor es además el gran tema de la filosofía. La filosofía no puede entenderse ni concebirse sin la experiencia erótica del amor. La filosofía no es sólo saber, sino fundamentalmente amor por el saber. En ello marca desde el principio su tendencia erótica. Por ello también, nuestra civilización judía, cristiana, greco-romana y musulmana está marcada fundamentalmente por la reflexión sobre la razón, en forma de ciencia y filosofía, y por la reflexión sobre el amor, en forma de literatura, de arte y de tradición religiosa. El amor es uno de los temas centrales y constitutivos del núcleo de nuestra tradición cultural.
Sin embargo, toda la sexualidad en nuestra cultura ha sido determinada sobre la base de una ontología del eidos y del logos. Una ontología que reduce las determinaciones últimas de la realidad a la voz y al fenómeno, y que en consecuencia, piensa toda la realidad y también toda la sexualidad a partir de estos dos elementos fundamentales: el lenguaje y la mirada.
Toda la sexualidad occidental y toda la historia de la sexualidad occidental se construyen así sobre estas dos formas últimas de la realidad occidental: la voz (como fundamento del lenguaje) y el fenómeno (como apariencia última de la realidad).
Desde Platón hasta Lacan es fácil mostrar este doble elemento del erotismo, pensado en función de la visión y del poder de persuasión de la palabra. Los dos modelos fundamentales de seducción: la exhibición y la persuasión abocan a esto. Otros modos de seducción, como el acoso, el rapto, la violencia o la violación, están excluidos de nuestra visión tradicional del amor.
Las consecuencias que ello genera finalmente para nuestra concepción contemporánea del amor, es que convierten el amor, por un lado en exhibición pornográfica, y por el otro en narcisismo. Ello no es bueno ni es malo. No introduzco aquí con ello, por el momento, ningún juicio de valor. Simplemente quiero caracterizar la forma en que nos aparece la sexualidad contemporánea, tal como se advierte en la publicidad, en el arte y en los nuevos medios tecnológicos de comunicación: pornografía y narcisismo. Con ello, el amor fracasa en la realización de sus ideales: la reconciliación, el reconocimiento mutuo, el apoyo, la estima, el afecto, el aprecio y el cariño hacia el otro.
Pues es cierto que también en el amor había una promesa de emancipación. El cristianismo se presentaba de hecho como una religión del amor y prometía, sobre esa base, una comunidad igualitaria y justa.
Su fracaso supuso el primer gran fracaso de la civilización occidental (el segundo, sin lugar a dudas, es el fracaso de la filosofía en la realización de sus ideales emancipatorios, es decir, el fracaso de la razón y de todo el proyecto emancipatorio de la modernidad en el fracaso del comunismo): el fracaso en la realización del amor (el fracaso del cristianismo).
Tal vez por eso, el único modo de escapar de esta doble determinación ontológica de la realidad sea intentar una nueva fenomenología, no a partir de lo visible, sino tan sólo a partir del tacto.
Aunque sin duda es cierto que esta fenomenología así pensada sólo podría escapara de la fos de los fainómena, para acercarse a lo háptico. Pero no podría escapar nunca en ningún caso de la determinación lingüística de su saber. De modo que, frente a una fenomenología, pensada sólo bajo la primacía de la visión y de la luz, podamos hablar de una haptología, pensada esta vez bajo la primacía del tacto.
En la constitución de esta haptología, dos autores merecen sin lugar a dudas, una referencia especial: el Diderot de la Léttre sur les aveugles, y el Condillac del Tratado de las sensaciones.

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